viernes, 7 de marzo de 2008

016

Es el número de emergencia a marcar en el teléfono para denunciar abuso y violencia contra la mujer aquí en España... esto trajo a mi memoria lo siguiente:

De noviembre de 1998 a diciembre de 2000 viví en Socorro, Nuevo México, EEUU. Una ciudad pequeñita que en los siglos XIX y XX fuera centro importante de la minería en este país, y que hoy día alberga una de las universidades más importantes en materia de minería e hidrología.
Durante los estudios de maestría de mi marido, tuve la oportunidad de contar con un visado J-2... sin meterme en detalles es un visado donde el cónyuge de quien obtiene el visado principal puede solicitar un permiso de trabajo.
Obtuve ambos, el permiso y el trabajo, aunque no había muchas opciones para alguien como yo (no ciudadana, no residente, no estudiante) y terminé trabajando por un periodo de 17 meses en la cafetería de la universidad donde estudiaba Raúl. Un trabajo pesado y rutinario, pero fácil e ideal para practicar inglés. Mis compañeros/as de trabajo se dividían en dos clases: los locales de clase media baja, con esa mezcla de chicano-americano-indio navajo (perdón que no diga Native American); y el americano-“blanco”, más anglosajón. Menciono esto porque era muy contrastante en todos los aspectos -el socioeconómico, la educación, la idiosincrasia en general- convivir con personas de extremos opuestos diariamente, en un ambiente laboral digamos, bastante peculiar. Así conocí a personas con historias muy diferentes a la mía, aprendí a ver otras realidades aunque nunca supe cómo entender muchas de ellas.

Un día, una compañera de trabajo me preguntó algunos aspectos de mi vida, cuántos hermanos tenía, si mis padres vivían, cuánto tiempo hacía que vivía en Estados Unidos, etc. Una pregunta fue llevando a la siguiente hasta que me preguntó por fin si yo tenía parientes en Estados Unidos a lo que respondí que, además de los primos segundos de mi padre que no he visto en años, no. Preguntó qué cómo era posible que mi madre hubiese permitido que su única hija viviera en otro país completamente sola, que si no tenía miedo –mi madre- de que mi marido me golpeara, me hiciera daño…. Pueden imaginar mi sorpresa… Ella misma, Elsie, había ido de cacería a cobrarse cuentas con su yerno varias veces ya; desconozco si con un sartén, un martillo o una pistola en mano, pero sí con todo el coraje, la rabia y la impotencia que puede sentirse ante tal demostración de saña, de quien impunemente arroja su furia con un acto violento contra otra persona, evidentemente más vulnerable, una presa ya sometida.

Yo misma lo he hecho, una vez, es decir, lastimar a alguien… Al posar mi mano en el hombro de Denise -otra compañera de trabajo- como cuando das una palmadita de aprobación a tu amigo/a. La noche anterior su esposo, borracho, la había golpeado tan duro que llevaba anteojos de sol y un suéter –en verano- para que se le notaran menos los moretones… por eso no lo noté, por eso sin querer la lastimé al tocarla. Ahora entiendo el miedo de Elsie y la incredulidad de Denise al verme tan tranquila, tan segura.

Años antes había presenciado en el ejido Cruz Verde en Parras, Coahuila (México), cómo un muchacho joven, de unos 22 años golpeaba y pateaba el vientre abultado de su pareja, una chica de unos 19 años con un embarazo de unos siete meses, era el tercer hijo de ambos. En esa ocasión tuve el furioso y ciego ímpetu de intervenir, evitar la golpiza a como diera lugar… mis compañeros, cuatro chicos, hombres todos, me lo impidieron. “No podemos intervenir Lulú”, me decía uno de ellos, ahora abogado de profesión. Irónico ¿cierto? Es decir, toda la situación en sí, porque entre ésta y aquélla historia el sentimiento fue diferente; pero por qué.

Porque recordé cómo en otra ocasión, cuando era una adolescente, al presenciar otra escena de éste tipo de violencia, pretendía que los protagonistas salieran de su ensimismada y egoísta actividad y miraran su entorno, cómo alteraban y dañaban su entorno más que a ellos mismo, si eso era o no lo que pretendían. Qué ilusa... no hay acto irresponsable más grande.

¿Éste sábado qué celebro? ¿A quién celebro? ¿Que ahora sentimos más impotencia que antes, o que esta vez sí hay alguien escuchando cuando alguien pide auxilio, aunque sea del otro lado del auricular? ¿O mejor no celebro? Porque seamos honestos, muchos de nosotros no entendemos por qué un día de la mujer y no un día de la humanidad entera; niños huérfanos por la guerra, hombres desempleados, ancianos olvidados, adolescentes incontrolables e incomprendidos, mujeres jóvenes con cáncer, jóvenes con sida, ¿se entiende o le seguimos?

Yo celebraré, festejaré, conmemoraré. Que tengo respeto por la vida de los demás, por la mía propia y que con ello pretendo mejorar mi entorno no como a mi mejor me lo parezca, sino en la medida que yo le permita a los demás demostrar su mejor lado hacia mi, a los demás, a ellos mismos.

Por ello tengo la firme convicción de que todos deberíamos tener un himno propio, un himno en honor a sí mismos… Claro esto es metafórico pero si lo tomara literalmente, bueno, pues haciendo un uso más de la maravilla del Internet (ya que estamos en esto) les comparto dos canciones, una, sería el himno de “filosofía de la vida”; y el otro es más bien un tanto temporal, ubicado en un tiempo y un contexto actual… sin entrar en detalles, sólo les puedo decir que es en honor a la actitud “run for it , baby!” que últimamente me cargo, trying to reach that something we all have already inside, anyway; pero mientras el ejercicio a nadie le hace daño... y mientras más sude en el trayecto, mejor.


1 comentario:

Michele dijo...

Lulú, coincido contigo en varias cosas... y no me es indiferente el tema de la violencia que expones... la del tipo físico nunca la viví... pero sí el maltrato psicológico... es fuerte... por eso coincido contigo... uno debe conmemorarse uno mismo... celebrarse uno como mujer íntegra que pone su granito de arena...
un abrazo